Por Alejandro Cea Olivares

EXISTEN, AFORTUNADAMENTE, en nuestras vidas personas a quienes llamamos sin más mi maestro, el maestro.


Aquellos cuyas palabras y persona permanece en lo mejor que de lo que somos.
Expresamos: “Gracias al maestro, yo aprendí a… si no hubiera sido por el maestro yo no sería lo que soy….él medio confianza”. Ellos son puntos de referencia de nuestras vidas.
¿En qué se fundamentan estos juicios? De dónde viene el modelo de maestro?

Las cualidades que se atribuyen
a los maestros son heredadas, a través del tiempo. Surgen por el ejemplo de los grandes maestros. Se convierten en modelo para juzgar, para identificar al buen maestro.

Reflexionemos sobre algunas de ellas.

La primera cualidad es que el buen maestro culmina su labor cuando se aleja del ñ discípulo: el mejor momento del maestro, aunque le duela, es cuando el discípulo camina por si mismo.


Dos imágenes de la literatura han conformado este ideal. La primera, la más antigua es la de Elías, el profeta biblico. El deja su capa que representa su poder, a Eliseo su discípulo en el momento en que es llevado, en un carro de fuego al cielo. Eliseo se vuelve un profeta poderoso, tan grande como Elías.


La segunda, la más famosa, es la de Virgilio quien guía a Dante en su camino por el infierno y por el purgatorio y, al momento de llegar al amor y la sabiduría del cielo, se
hace a un lado. Con discreción desaparece.

Otra cualidad permanente del maestro es lograr que el discípulo acepte que no sabe, reconozca que yerra y con este reconocimiento se supere y redescubra sus capacidades.


Con el método de Sócrates, el maestro de filosofía por excelencia, el discípulo comprende que debe, abandonando sus falsos saberes, profundizar en la verdad para alcanza la certeza.


De Sócrates, además, nos viene uno de los rasgos esenciales del buen maestro: la unión entre el conocer y el bien actuar. La superación en el conocimiento tiene como finalidad construir una sociedad mas justa.


Por ello el verdadero maestro lleva a sus discípulos a comprender la responsabilidad moral de su saber y de su hacer. De poco sirve el saber si no sirve a los otros; de poca calidad es el maestro sino forma en para el bien.

Queda, algo más sobre el papel del maestro. El buen maestro es aquel que da ejemplo con su vida de aquello que enseña. El maestro, por excelencia, enseñanza con la palabra y con ejemplo. Es maestro no de tiempo, sino de vida completa. En la raíz de nuestra cultura queda el ejemplo de Jesucristo como el maestro por excelencia el que “da su vida por sus discípulos”.

En el juicio que hacemos sobre los maestros mantiene su presencia este ejemplo. El buen maestro es aquel que nos ha regalado de su tiempo, de su comprensión, de su sabiduría, en fin que nos ha dado algo de su vida.

Estos modelos históricos han construido el deber ser del maestro. El maestro es así aquel que nos dio parte de su vida; el que nos hizo dudar de nuestros saberes; el que nos mostró nuestra responsabilidad ante
los demás, en fin el maestro que nos hizo crecer y nos dejó libres.

Estos ideales se mantienen a través de la historia porque no obstante los medios electrónicos, los métodos pedagógicos, los
mismos compañeros, el maestro es la figura central en la formación de las personas. La razón: sólo con el dialogo, con el ejemplo, con la entrega de algo de la vida se puede ayudar a conformar mejores vidas y estos bienes sólo los posee el buen maestro.